La ciudad de la luz

Aunque no hacía mucho que había estado en París con Ángeles, no me ha importado volver, pues es una de esas ciudades que no te la acabas nunca y, en esta ocasión, el viaje tenía un propósito muy diferente: celebrar el 10º aniversario de la formación del grupo de literatura Diodati.
Solo llegar tuvimos un pequeño problema con las habitaciones del hotel (aún no las teníamos disponibles), por lo que fuimos a comer donde fuera para hacer tiempo, y nos metimos en un restaurante que, como se hacía en las carreteras al ver muchos camiones aparcados a la entrada, escogimos por la cola que había en la puerta. Se trataba del restaurant Chartier cerca de la parada de metro Grands Boulevards. Mientras esperábamos, nos enteramos que la cola era debido a que la relación calidad precio del restaurante era buena. Aunque el local tenía un aire de sofisticación,



nos sorprendió ver que la camarera nos tomaba nota en el mantel de papel y que luego copiaba el pedido en una servilleta (imagino que sería una tradición del local que, por otro lado, parecía tener ya unos años). Pero lo más sorprendente es que al pedirle la cuenta arrancó la parte del mantel escrita e hizo allí los cálculos (como en las ferreterías de toda la vida o el bar de tapas de la esquina).


Yo tuve algún problema al escoger mi comida ya que apenas habían platos vegetarianos. Así que hice algo inusual, pedí unos espaguetis blancos (sin salsa) y por otro lado un plato de champiñones que luego mezclé con la pasta (hágase usted mismo el menú). De segundo, pero, pedí una tabla de quesos que estaban riquísimos.
Tras satisfacer nuestros estómagos y solucionar el tema de las habitaciones, y dado que estaba lloviendo, decidimos hacer la ruta de los passages. Galerías cubiertas bajo techos de cristal traslúcido repletas de tiendas con preciosos escaparates. La más fotografiada: la antigua librería de la esquina de la galerie Vivienne:


Y entonces ocurrió algo místico, casi sobrenatural. Paseando por esa galería vi un portal entreabierto y, sin saber aún porqué, me colé en su interior (cosa rara en mí). Cuando me encontré allí, solo, descubrí que ese lugar me era familiar.



Era la escalera de caracol de la entrada pequeños planetas que publiqué no hace mucho. ¿Cuantos portales puede haber en París? La tremenda casualidad hizo que se me erizara el vello. Tras hacerle unas fotos salí en busca de mis compañeros para compartir con ellos aquel suceso tan extraordinario.

Por cierto, también en la galería Vivienne hice esta foto:



No fue la única vez que me topé con Hermes que, desde que hicimos la cacería en Barcelona, mi ojo se había acostumbrado a localizarlo.
De los passages, algunos nos dirigimos hacia la ópera de la Bastilla, donde habíamos reservado entradas para ver:


Era la primera vez que iba a la ópera y encima en París. Estaba emocionado. Lástima que no fuera la Ópera Garnier. Aunque cogimos asientos del segundo balcón (casi arriba de todo): 



se veía bien y se escuchaba perfectamente, por lo que, cuando llegó el momento, pudimos disfrutar del intermezzo de Cavalleria rusticana:




y, tras el descanso, "Pagliacci", que justo antes de partir de viaje pudimos ver en el programa de la televisión: "Òpera en texans".


Gracias a ese programa me enteré que Queen había incluido (homenajeado) el famoso estribillo de Pagliacci en "It's a hard life" al inicio de la canción:


(Si queréis más información y vídeos relacionados con estas óperas podéis visitar el post de Guacimara). Y, finalmente, el público arrancó en aplausos que duraron varios minutos:


Para acabar la noche, y después de asistir a la ópera literalmente en tejanos, ¿por qué no una "crêpe" de chocolate?. Un dulce colofón a nuestro primer día en París.


Continuará...
Ver también: Pequeños planetas

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