Cuando mi primo me dijo que habían
y curiosamente ese día también hice unas
fotos. Todo cuadraba. Y que todo es cierto lo prueban mis manos:
Son las manos de alguien que ha pasado por el detector de mentiras más antiguo y que ha superado la prueba. Según la leyenda, un sacerdote indio creó el primer sistema de detección de mentiras. Metía al sospechoso en una habitación cerrada junto a un "burro mágico" al que debía tirar de la cola. Si cuando lo hiciera el burro se ponía a hablar, significaba que el sospechoso era un mentiroso. Si el burro permanecía en silencio, entonces el sospechoso estaba diciendo la verdad. Una vez que había salido de la habitación lo normal es que el sospechoso proclamara que era inocente ya que el burro no había hablado, pero entonces el sacerdote examinaba las manos del sospechoso. Dado que el sacerdote había impregnado la cola del animal con hollín, si las manos del sospechoso estaban sucias es que no había temido tirar de la cola del burro ya que sabía que era inocente, pero si tenía las manos limpias es que no se había atrevido a tirar de la cola sabiendo su culpabilidad y temiendo que el animal se pusiera a hablar.
Pero en mi caso no había burro, si no 300 calçots espartanos dispuestos a pagar cara su derrota.
Pero contemos la historia de la batalla de los 300 calçots desde el principio. Mientras que los 300 esperaban a su enemigo, éste les estaba preparando una emboscada. Acumulaba leña, ramas y pinaza y les prendía fuego.
Luego en un alarde de estrategia inventaba un nuevo concepto de "cama caliente".
Aquello iba a representar un auténtico infierno para los pobres 300 calçots que ignoraban que bajo la cama se avivaban continuamente las brasas.
Qué poco podrían sospechar los 300 calçots que aquel lecho representaría su fin. Todos perecieron abrasados, carbonizados bajo las llamas infernales.
Aunque se resistieron, los 300 calçots acabaron todos derrotados y chamuscados.
No dejaba de ser una derrota honrosa. Ahora yacían en sus mortajas de papel.
De nada serviría que los ungieran en salsa, no volverían a la vida.
Solo les quedaba un destino. Ser devorados por las tropas enemigas. Y que buenos estaban los condenados!!!
La historia la escriben los vencedores y en este caso éstos fueron mis tíos y mi primos a los que les doy las gracias por pasar un día tan agradable.
Ver también: Calçotada
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